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Claudio Sánchez-Albornoz

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Retrato de Claudio Sánchez-Albornoz / Óleo sobre tela 100 x 81 cm / Colección  Real Academia 
de Historia de Madrid / Alejandro Cabeza 2017



Claudio Sánchez-Albornoz posiblemente fue el más importante medievalista español, uno de los historiadores más importantes del siglo XX. Su figura justificaba, por tanto, un retrato de considerable tamaño respecto a otras de mis obras. Conozco únicamente otro retrato suyo, que se ubica en la Universidad Complutense de Madrid. En aquel, el historiador fue retratado en un periodo vital anterior, más joven, y en un formato más pequeño. Por mi parte he preferido retratarlo ya en la senectud, con el sombrero que solía usar. Aunque he decido sustituir su inseparable bastón, elemento asociado al historiador en su multitud de fotografías, por un libro. 

Como tan a menudo sucede, el deficiente y escaso material de referencia dificulta mucho el trabajo. Las fotografías de archivo o las fotos de prensa, más allá de cómo referencia muy básica sobre los rasgos del personaje, no resultan de gran ayuda para el pintor. No obstante y a pesar de todas las trabas, me siento muy satisfecho con el resultado final de la obra.

Este cuadro se integra en la colección de la Real Academia de Historia de Madrid, que se localiza en el mismo centro de la capital. La institución ha acogido con grandes muestras de entusiasmo y cariño el retrato del que fue prestigioso académico de la casa. La Real Academia de Historia tiene sus orígenes en la tertulia celebrada por varios eruditos, desde 1735, en el domicilio de Julián Hermosilla, abogado de los Reales Consejos, para tratar asuntos de Historia. Bajo la protección del rey Felipe V, que funda oficialmente la Real Academia de la Historia, la Academia se traslada a la recién creada Real Biblioteca. En 1785, Carlos III ordenaría su traslado a la Casa de la Panadería, en la Plaza Mayor de Madrid. Finalmente, en 1836, bajo el gobierno de Mendizábal, se instalaría en su actual ubicación, en el caserón llamado Nuevo Rezado de la calle del León, que había pertenecido a los monjes jerónimos de El Escorial hasta la desamortización.

La Real Academia de Historia alberga en la actualidad una importante colección de pinturas donde que se pueden contemplar diversos cuadros de Francisco de Goya (Zaragoza, 1746-1828), Vicente López (Valencia, 1772-1850), autores del romanticismo y pintores de diversas épocas como Federico de Madrazo (Roma, 1815-1894), José Sánchez Pescador (Madrid, 1839-1887), Ignacio Zuloaga (Guipúzcoa, 1870-1945), José Moreno Carbonero (Málaga, 1860-1942) Adolfo Lozano Sidro (Córdoba, 1872-1935)  o el Valenciano Juan Antonio Benlliure (Valencia, 1859-1930) entre otros.

Claudio Sánchez-Albornoz nació en Madrid el 7 de abril de 1893. Realizó sus estudios universitarios en Madrid y se licenció en Filosofía y Letras con sobresaliente y premio extraordinario en 1913. Un año más tarde se doctoró con una tesis sobre instituciones medievales. A los veintidós años logró el primer puesto en las oposiciones al Cuerpo Facultativo de Archivos, Bibliotecas y Museos. Fue catedrático numerario de Historia de España en las universidades de Barcelona, Valencia, Valladolid y Madrid.

Entre 1931 y 1936 participó activamente en la vida política española. Pasó por los cargos de: diputado por Ávila en las tres legislaturas de las Cortes republicanas, ministro de Estado en 1933, vicepresidente de las Cortes en 1936, consejero de Instrucción Pública y embajador de España en Lisboa. En 1939 fue separado de su cátedra definitivamente y condenado por el Tribunal de Responsabilidades Políticas a causa de sus ideas republicanas.

Una vez Portugal rompió relaciones con la República, se instaló en Francia, donde pasó toda la Guerra Civil. En fue profesor de la Universidad de Burdeos entre 1937 y 1940, cuando la invasión alemana hizo que abandonase Francia y se instalase en Argentina. En Mendoza fue profesor de Historia de la Edad Media en la Universidad de Letras de Cuyo durante año y medio. En Buenos Aires fue catedrático de Historia Medieval hasta el fin de sus días.

Claudio Sánchez-Albornoz fue nombrado doctor honoris causa por las universidades de Burdeos, Gante, Tubinga, Lima, Buenos Aires, Oviedo, Valladolid y Lisboa. También fue miembro de las principales academias europeas y americanas.

En abril de 1976, el historiador regresó por primera vez a España, donde permaneció dos meses. Volvió en julio de 1983 y se instaló en Ávila. Allí falleció un año más tarde, el 8 de julio de 1984, y fue enterrado en el claustro de la catedral. Ese mismo año recibió el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades.

Dimas Fernández-Galiano

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Retrato de Dimas Fernández-Galiano / Óleo sobre tela 73 x 54 cm / Alejandro Cabeza 2016 /
Colección Museo Provincial de Guadalajara.



"Con su sutil sonrisa que escondía un fino humor de dandi inglés", así lo recordaba, a su muerte, en la necrológica publicada en El País, Martín Almagro Gorbea, Académico de la Real Academia de Historia.  Y precisamente es eso lo que he intentado plasmar. Porque lograr capturar con fidelidad la expresión del modelo, y a través de ella cómo piensa y cómo se propone ante el mundo ‒con un mayor o menor sentido del humor; con una personalidad más firme o más indulgente‒ resulta esencial a la hora de retratar a una persona. En el fondo, son esos los detalles que marcan la diferencia entre un buen retrato y uno excepcional.

Al margen de ese estilo inglés tan de moda en el periodo de los grandes retratistas, en esta obra, más que en otras, practico una soltura que aquí se asocia concretamente a lo inacabado, algo que concede vigor y espontaneidad a la figura. Como si el personaje saliese de la nada; dejando atisbar las partes puras del lienzo y jugando con veladuras sutiles superpuestas. En realidad, bajo mi punto de vista, todo retrato debería dar sus primeros pasos así. Después, acabarlo o no habría de ser una decisión que el autor debería tomar, en cada caso, según las circunstancias.

Con el retrato de Dimas Fernández-Galiano sumo uno más a mi galería de personalidades en los ámbitos de la historia, arqueología, paleontología, geología, antropología, etnología, ciencias naturales y medicina en España. Con la que, paralelamente  a mi actividad como retratista de escritores sobresalientes, desde hace ya algún tiempo, decidí rendir homenaje también a determinados hombres de ciencia.

Este retrato de Dimas Fernández-Galiano, doctor en Historia Antigua por la Universidad Complutense de Madrid, forma parte de la Colección del Museo de Guadalajara, del que él mismo fue director. Fundado en 1838, el de Guadalajara es el Museo Provincial más antiguo de España. Desde 1973 su sede está ubicada en el Palacio del Infantado, un impresionante edificio construido a finales del siglo XV, sin duda la mayor joya arquitectónica de la ciudad. Las colecciones de su  sección de arqueología son las más cuantiosas del Museo, pues reúne, como muestras de la identidad cultural, todos los objetos procedentes de las prospecciones y excavaciones arqueológicas realizadas en la provincia. 

Dimas Fernández-Galiano estudió Historia y se licenció en la Universidad Complutense en 1974, donde pronto se interesó por la arqueología. Hijo de un reputado naturalista y crecido en el seno de una familia de humanistas, se reveló un gran lector. Quienes lo conocieron aseguran que gozó de un fino sentido crítico y de una prodigiosa intuición como arqueólogo. Este instinto innato fue cultivado, a su vez, con selectas lecturas y discusiones entre colegas, en las que se dice que destacaba su prudencia y diplomacia. 

Dimas Fernández-Galiano presidió la sección de arqueología de la Institución Provincial de Cultura Marqués de Santillana, fue cofundador de la revista Wad-Al-Hayara y promovió un Plan de Excavaciones Arqueológicas que valoró castros y necrópolis celtibéricas, como el poblado del Ecce Homo, en Alcalá de Henares.

En los últimos años preparaba un original estudio sobre la concepción cíclica del tiempo y de la historia en el Mundo Antiguo, opuesta a la actual perspectiva lineal ‒anacrónica para la Antigüedad‒. Esa prometedora obra, lamentablemente, permanecerá ya para siempre inacabada.

Estudios sobre Mosaicos romanos - Dimas Fernadez-Galiano - In memoriam.

Ramón Cabanillas

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Retrato de Ramón Cabanillas Enríquez / Óleo sobre tela 55 x 46 cm /
Colección Casa-Museo Ramón Cabanillas / Cambados (Pontevedra)


Este retrato de Ramón Cabanillas, poeta representativo de la literatura gallega, forma parte de la colección de Casa-Museo del autor en su Cambados natal. Obra de corte clásico, refleja un Cabanillas de mediana edad procurando buscar su mirada más vital. Como en otros retratos de similar tamaño, mi objetivo ha consistido en lograr una obra suelta y fresca, que conservase la espontaneidad y crease una atmósfera apropiada para recrear el matiz y el tono inexistentes en la fotografía de época. Plasmar el aire, la luz, la armonía, la tez, la atmósfera y el movimiento son las claves que permiten pintar un gran retrato. A veces se consiguen dominar todas estas facetas y es entonces cuando se alcanza el virtuosismo. En otras ocasiones el pintor ha de conformarse con resolver elegantemente sólo algunas de ellas. Es un hecho irrefutable que cuanto más se estudia, analiza ‒las obras de los clásicos y las propias‒ y pinta, más se progresa. Los recursos en la profesión se conquistan sólo perseverando: trabajando cada día con el mismo entusiasmo del primero.

Ramón Cabanillas Cambados, Pontevedra, 1876-1959) es considerado uno de los escritores más destacados de la literatura gallega del siglo XX, aunque puede situársele más propiamente en una etapa de transición entre el siglo XIX y el XX. En vida se le denominó "Poeta de raza" y se le consideró el legítimo sucesor de Rosalía de Castro, Eduardo Pondal y Curros Enríquez. Poeta versátil y rico en recursos estilísticos, demostró sus dotes en numerosos registros: amoroso, religioso, cívico.... Apoyó el movimiento agrarista y perteneció a las Irmandades da Fala, lo que le convirtió en un símbolo del nacionalismo anterior a la Guerra Civil.

Después de cursar sus primeros estudios, ingresó en el Seminario de San Martiño Pinario (1889-1893), que le proporcionó una sólida formación clásica. Desde allí pasó a ejercer funciones burocráticas en su pueblo natal, en una notaría y posteriormente en el Ayuntamiento, donde trabajó durante diez años. Contrajo matrimonio con Eudoxia Álvarez y emigró a Cuba, en solitario, en 1910. 

En La Habana desempeñó labores como contable de comercio y administrador del Teatro Nacional, que era propiedad del Centro Gallego, para el que también dirigió el boletín El Centro y redactó unos nuevos estatutos. Regresó a Cambados en 1912, donde se reencontró con su esposa. Después de asistir a un mitin de Acción Gallega en Villagarcía, simpatizó con las ideas del movimiento agrarista de Basilio Álvarez. 

Ingreso en la Real Academia Española en representación de la lengua gallega el 26 de mayo de 1929. Además escribió teatro: O mariscal (El mariscal) y A man da santiña (La mano de la santiña). Tras pasar un tiempo en el Monasterio de Samos, vuelve a Cambados, donde fallece el 9 de noviembre 1959.

Ramón J. Sender

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Retrato de Ramón J. Sender en un óleo de 46 x 38 cm, perteneciente a la colección del Instituto de Estudios Altoaragoneses de Huesca.  Pintor Alejandro Cabeza 2015 



En Ramón J. Sender he encontrado y –espero– plasmado una fisonomía peculiar. Como en realidad sucede en casi todos mis retratos de personajes ilustres del mundo de las letras o las ciencias. Sender ofrece un rostro de  facciones singulares y muy  representativas que lo identifican –más allá de su barba y bigote, especialmente sus características cejas densamente pobladas–, aderezado además por complementos que lo enriquecen desde el punto de vista plástico, como sus inconfundibles gafas de pasta negra, tan al gusto de la época. Pero, sobre todo, en él cautiva su expresiva mirada: inteligente, en ocasiones mordaz y a menudo desencantada. 

Mi retrato es un cuadro de dimensiones modestas, que sin embargo implica un profundo estudio del personaje apoyado especialmente en sus entrevistas. Captar al personaje en su esencia, en la fugacidad del movimiento, del momento, mediante la espontaneidad y la naturalidad a la hora de ejecutar la pincelada, ha sido mi principal objetivo. Especialmente por tratarse de un personaje enérgico y aparentemente de fuerte personalidad. La soltura en la pincelada, por otro lado, facilita la frescura y vivacidad, cualidades tan valiosas en el arte y que a menudo peligran o se echan a perder cuando se insiste en exceso con los retoques o se cultiva una meticulosidad obsesiva en el dibujo. Porque la sencillez y la simplicidad se revelan valiosos recursos.

Han de ser muy escasos, cuando no inexistentes, los retratos de Ramón J. Sender. Al menos yo no los conozco. El único que he tenido oportunidad de ver es un autorretrato ejecutado por él mismo. Pues, como Antonio Buero Vallejo, tuvo sensibilidad para la pintura y su inclinación hacia las artes plásticas dio como fruto algunas obras. Sin embargo, como a menudo sucede con nuestros escritores más famosos, sí que son numerosos los dibujos, bocetos o caricaturas que otros artistas realizaron sobre él. La producción literaria de Sender, no obstante, justifica sobradamente un retrato. De hecho, una vez más, me sorprendo de la ausencia de retratos precedentes; de ese vacío que en la pintura española de los dos últimos siglos se ha generado alrededor de enormes iconos literarios, ignorados o escasamente retratados ‒generalmente, además, por pintores amigos‒. 

La figura de Ramón J. Sender me lleva, inevitablemente, a recordar uno de los mayores iconos de la pintura española: Francisco de Goya, el aragonés por excelencia, el pintor internacional que sitúa Aragón definitivamente en el mapa. Goya, por circunstancias de la época que le toco vivir, acabo exiliándose y muriendo en Burdeos (Francia). Algo similar le sucedió a Sender, que por hechos históricos bien conocidos, emigro a Estados Unidos, falleciendo en San Diego (California).

Actualmente Sender no es uno de los autores más conocidos por el gran público español. El mayor exponente literario aragonés debería haber sido especialmente admirado en su tierra y reivindicado por ella; pero seguramente nadie es profeta en su patria, ni en la chica ni en la grande. No obstante, este retrato descansa ya, como yo deseaba y como creo que a pesar de todo él habría deseado, en Huesca. Descansa en un lugar donde, en efecto, lejos de pasajeras modas y superficiales convencionalismos, de hipócritas usos partidistas del arte y el talento, se estudia con imparcialidad ‒sin censurables prejuicios, sin castradores complejos ni estúpido chovinismo‒ y se aprecia sinceramente su persona y su obra: en el Instituto de Estudios Altoaragones, una institución de amplia trayectoria y sólida reputación científica que desde hace algún tiempo acoge el Centro de Estudios Senderianos.

Ramón J. Sender nació en Chalamera de Cinca (Huesca) el 3 de febrero de 1901 y falleció en San Diego (California), 81 años después, el 15 de enero de 1982. Tomó parte en las guerras de Marruecos en la década de 1910 a 1920. A su regreso se instaló en Madrid, donde trabajó como periodista en El Sol hasta 1929, fecha en la que empezó a escribir para periódicos más radicales. Aunque participó en actividades anarquistas, desencantado, se hizo comunista, ideología de la que más tarde, durante la Guerra Civil española, acabaría renegando también. En 1938 se exilió a Francia y posteriormente a México ‒donde permaneció sólo brevemente‒ y Estados Unidos. A su muerte en 1982, sus cenizas fueron dispersadas en el océano Pacífico. Atrás quedaba una vida comprometida, un exilio primero forzado y luego voluntario y una obra vastísima, de carácter realista, que analiza con crudeza la sociedad desde una óptica revolucionaria. Sus libros han hecho de Sender en un clásico de la literatura española del siglo XX.


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