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Femenino singular

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Femenino singular / Óleo sobre tela 66 x 56 cm  / Colección particular 2019.


En este retrato de Salomé creo haber capturado el rescoldo de esa adolescencia por la que todos hemos pasado, pero que no todos sabemos conservar como parte de nuestra esencia. Por eso lo considero una —feliz— rareza, algo que pocas veces las modelos logran ofrecer salvo cuando se trata de verdaderas adolescentes. Y, no obstante, se me antoja, al tiempo, una imagen de gran feminidad. Precisamente por ello, lo titulo “Femenino singular”.

El rostro limpio, una mirada franca pero también insinuante, una sonrisa dulce y un sensual escote realzan el atractivo de la retratada. Personalmente soy partidario de favorecer al modelo sacando el máximo partido a su físico. Más aún si cabe cuando se trata de mujeres, pues ellas suelen ser todavía más exigentes con su propia imagen que los hombres. Los resultados que así se alcanzan, al final, producen un gran impacto: provocan la felicidad de la que posa, captan la fascinación del que retrata y cosechan el entusiasmo del público.

Me deslumbra ver la soltura lograda en la ejecución y, en su conjunto, la despreocupación por los detalles concretos. Hay que saber detenerse a tiempo y dejarlo estar. De lo contrario, se corre el riesgo de malograr todo en un abrir y cerrar de ojos. Esta lección se aprende con los años, y aun así siguen sucediendo desastres imprevistos de vez en cuando.

Por todos estos motivos, pintar supone mucho más que ponerse delante de un lienzo a lanzar colores. Es imprescindible analizar lo que está sucediendo: comprender los procesos, aprender a mirar, pensar cómo mejorar los resultados.... En definitiva, intentar descubrir por qué no consigo lo que quiero constituye una inquietud pictórica que acompaña constantemente a un autor responsable.

La pintura no es un pasatiempo, una afición o una distracción para evadirse, aunque a veces pueda prestarse a ello. No es una actividad que pueda emprenderse a la ligera. Esta valoración sobre el arte sencillamente pone de manifiesto la pobreza de muchos autores, que en realidad no nutren verdadero interés por nada y seguramente carecen de una sólida formación en la disciplina. En definitiva y puestos a hacer algo, como no sé lo que quiero, me meto a bombero. Pero entonces, estaría el parque de bomberos lleno de incompetentes. Y las calles, arrasadas por el fuego…


Montserrat Caballé

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Montserrat Caballé  / Óleo sobre tela de 73 x 60 cm /  Pintor Alejandro Cabeza 2018


Pensarlo, sentirlo y trabajarlo son requisitos necesarios que hay que tener muy presentes a la hora de realizar cualquier trabajo. El esfuerzo, el sacrificio y la pasión mantenida durante toda una vida también forman parte de la creación. Si cualquiera de estos aspectos falla, el fracaso estará garantizado. No obstante, sentir la música como la sentía ella parece solo una utopía para el común de los mortales.

Este retrato despierta recuerdos muy arraigados en mi mente, recuerdos relacionados con mi gran afición al mundo de la música. Il Trovatore - Miserere de Verdi  o la Norma de Puccini  son solo un ejemplo de las interpretaciones de la soprano que lograron conmoverme. Pero fueron tantas y tantas horas paseándome por la historia de los compositores y sus creaciones. Hoy por hoy solo dispongo de breves momentos en los que avivo ese recuerdo, pues la pintura, siempre tan absorbente, ocupa el cien por cien de mi dedicación y mis sentidos.

Con este cuadro rindo homenaje a la soprano Montserrat Caballé, fallecida el 6 de octubre de 2018. Como también me sucedió con el compositor Joaquín Rodrigo, ha sido un retrato largo tiempo pensado hasta llegar al lienzo. Incluso había pensado titularlo “La diva”... Pero ese retrato, finalmente, será otro. Este, de momento, se lo dedico a su persona más que a su personaje: a su nombre y su sonrisa.

Autorretrato 2001

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Autorretrato 2001 / Óleo sobre tela 55 x 46 cm / Colección particular

Recupero ahora este autorretrato de 2001 que ha permanecido largo tiempo en el estudio, madurando hasta poder considerarlo acabado.

Considero el autorretrato un género muy saludable para los retratistas y su disciplina. Ofrece otra perspectiva respecto a temáticas menos libres de toda responsabilidad. Hace que el pintor se arriesgue innumerables veces. Provoca un análisis profundo sobre uno mismo. Así, a través suyo, se adquieren recursos muy valiosos a la hora de afrontar otros retratos. Una introspección directa, cara a cara, es la mejor manera de saber hasta dónde quiero llegar, cuánto puedo seguir y cómo me quiero encontrar.

Los autorretratos resultan interesantes bajo todos los prismas. Nos permiten asistir a la evolución producto del tiempo y la edad; observar, en detalle, cómo se resuelven obras de un periodo frente a las de otro; estudiar la luz, la composición, el vestuario, el fondo…, todas ellas fórmulas que luego pueden ser aplicadas a nuevos retratos y otras obras con mayor sabiduría. Por desgracia, estas experiencias no se adquieren en ningún libro, universidad, o curso de especialización por muy profundo que sea. Sin embargo, beneficiarnos de estas enseñanzas requiere muy poco: un espejo, voluntad y la actitud correcta. Tras mi escasa decena de autorretratos, con estos conocimientos adquiridos siempre muy presentes, yo sigo mi aprendizaje.

Son numerosos los autores que han advertido las virtudes del autorretrato y han decidido abordar el género. Entre ellos encontramos al holandés Vincent Van Gogh (1853-1890), que sorprende al haberse retratado tantas veces teniendo una trayectoria tan corta. Mucho antes que él, su compatriota Rembrandt (1606- 1669) constituye otro caso llamativo, pues su obra ofrece una introspección peculiar y personal en diferentes etapas de su vida. Otro caso menos conocido, pero que sin embargo tuvo gran impacto sobre el género, es el del Alemán Lovis Corinth (1858-1925), que pinta obsesivamente una gran diversidad de composiciones, alegorías donde encontramos al pintor con su paleta o el pintor ante el lienzo. En la obra del polaco Malczewski Jacek (1854-1929) asistimos a otro caso sorprendente de cómo un artista recurre a su propia imagen, convirtiéndose en paradigma de su pintura. Algo parecido, aunque con un número limitado de autorretratos, le sucede a Velázquez (1599-1660): Dos únicos retratos individuales, otro incorporado en "Las meninas" y un tercero —mirando al espectador, aunque su identidad no se ha podido confirmar— en el cuadro histórico "Las lanzas". Siguiendo los mismos pasos, encontramos toda una serie de autorretratos de Francisco de Goya (1746-1828), desde su juventud hasta su último periodo. Otros pintores españoles seducidos por el autorretrato serían Ricardo Verde (1876-1954), Ignacio Pinazo (1849-1916), Nicanor Piñole (1878-1978), Ignacio Zuloaga (1870 -1945) o Joaquín Sorolla (1863-1923), que  a lo largo de toda su vida se realizó una veintena de autorretratos, parte de su producción retratística, equivalente a la mitad de las 2.000 obras que conforman su producción pictórica total.

Serían pocos los casos de autores sin absolutamente ningún autorretrato. Si lo pensamos bien, qué mejor modelo que uno mismo ante del espejo, solo con su propia imaginación. Sin entrar en detalles, puedo decir que casi todos los pintores desde el Renacimiento hasta el siglo XX se han retratado alguna vez. De una u otra forma, mostrándonos su mirada, con voluntad de ver y ser visto, de crear y ser creado. O si se quiere, mejor, de pintar y ser pintado.

Tomás Francisco Prieto

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Retrato de Tomás Francisco Prieto / Óleo sobre tela 55 x 46 cm / Colección Real Casa de Moneda / Pintor Alejandro Cabeza 2018.

El retrato de Tomás Prieto supone una introducción a los personajes del siglo XVIII a los cuales no me había acercado hasta el momento. Es un retrato suelto y luminoso en el que represento al grabador en su periodo joven con una peluca y vestuario a la moda de su época. La experiencia con el retrato ha sido reveladora y me enseña la gran dificultad que suponía retratar en estos periodos. Estas modas son a veces extravagantes, poco naturales. Pelucas blancas y largas, ropajes coloristas, camisolas y cuellos encajados, con toda una serie de adornos que a veces llegan al punto de esconder el rostro de una persona, y que irremediablemente se convierten en elementos de distorsión que en cierta manera desproporcionan la figura humana. 

No puedo dejar de pensar como pintor en los grandes maestros del pasado, incluso periodos anteriores pero con extravagancias y problemáticas similares, me estoy refiriendo a Velázquez y su época, donde el pintor se enfrentaba a estas dificultades con gran maestría despojando a los retratados de estas distorsiones innecesarias, a veces ridículas, simplificándolas a su máximo extremo, en ocasiones incluso eliminándolas para centrar de esa manera todo su trabajo en la persona y su rostro, que es lo que en definitiva más importancia tiene en un retrato. Por su puesto esto lo hacía simple que podía o tenía esta libertad de acción, lo que da lugar a mi juicio sus mejores trabajos dotándolos de normalidad, realidad e incluso un toque de modernidad tan apreciada en sus obras. Si pienso en Francisco de Goya un pintor de XVIII y gran admirador de Velázquez, veo a otro sufridor con el género del retrato. Creando figuras y personas adornadas como si fueran arbolitos de navidad. Estoy seguro que en este tipo de trabajos Goya se sentiría incomodo y descontento. Goya no era un autor de decoraciones humanas si no de realidades mundanas. En definitiva, autores que sin duda evolucionan con necesidad y devoción hacia otra realidad. Su realidad. Una realidad más natural y atemporal.

En la actualidad estos mismos conflictos pictóricos existen, no de la misma forma, pero si con la misma esencia. Si estamos atentos en la historia del arte y concretamente en el género del retrato, este evoluciona encontrándonos multitud de inconvenientes, distorsiones, desproporciones y problemáticas a la hora de realizar un retrato que deshumanizan a las personas representadas. La belleza humana no se entiende no como una virtud si no como un atuendo. La realización de este trabajo me hace ver estos complejos aspectos y sentir como seria ser un retratista del siglo XVIII con sus peculiaridades.

Tomás Francisco Prieto (1716 - 1782) fue un grabador y medallista español. Está considerado gran maestro de grabadores e impulsor de la medallística española en el período ilustrado.

Nacido en Salamanca, se convirtió en discípulo de Lorenzo Monteman y Cusens, llegó a convertirse en director de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, cargo en el que falleció, además del de grabador general de las Casas de Moneda de Carlos III de España. Dentro de sus discípulos destaca el grabador e impresor Antonio Espinosa de los Monteros.


Carmen Martín Gaite

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Retrato de Carmen Martín Gaite / Óleo sobre tela 100 x 73 cm / Pintor Alejandro Cabeza 2015
Colección Universidad Complutense de Madrid


Con enorme satisfacción por mi parte, el 15 de octubre del 2018, fecha en que celebramos el Día de las Escritoras, mi retrato de Carmen Martín Gaite pasa a ocupar un lugar de honor en el Decanato de la facultad que, tras tantos años de investigación, la vio culminar sus estudios. La obra se integra así en el rico patrimonio artístico de la Universidad Complutense de Madrid y permanecerá expuesta en su Facultad de Filología.

Con gran sorpresa constato que, incomprensiblemente, la autora no cuenta, por cuanto yo sé, con otras representaciones plásticas en pintura.

Este retrato rinde homenaje a una de nuestras grandes escritoras e intelectuales y viene a sumarse a mis representaciones de Rosa Chacel (Casa Museo Zorrilla de Valladolid), Ana María Matute (Real Academia de Lengua), Elena Martín Vivaldi (Universidad de Granada) o Ángela Ruiz Robles (Museo Pedagóxico de Galicia). Todas ellas mujeres que ayudaron a construir nuestra sociedad y merecen ser recordadas.

Buscando la frescura del trazo suelto, intento retratar a Martín Gaite en un periodo de madurez vital, en la que debió de haber sido su época más lúcida y productiva.

Carmen Martín Gaite (Salamanca, 8 de diciembre de 1925 - Madrid, 23 de julio de 2000) recibió reconocimientos de la talla del Premio Nacional de las Letras, el Premio Nacional de Literatura, el Nadal o el Anagrama de Ensayo.

Licenciada en Filología Románica en la Universidad de Salamanca en 1948, apenas aterrizada en la capital, se embarcó en una tesis doctoral sobre los cancioneros galaico-portugueses del siglo XIII bajo la dirección de Armando Cotarelo. Este proyecto naufragó, pero la escritora finalmente obtiene el título de doctor en la Universidad Complutense de Madrid con su tesis“Lenguaje y estilo amorosos en los textos del siglo XVIII español”, trabajo que fue dirigido por Alonso Zamora Vicente. La defensa transcurrió un 12 de junio de 1972, ante un tribunal formado por José María Jover, Emilio Lorenzo, Rafael Lapesa y el propio Alonso Zamora Vicente. Así, la autora, cuando roza ya los cincuenta años, culmina su trayectoria académica en el ámbito de la Filología Románica con una calificación de Sobresaliente cum laude y el Premio Extraordinario de fin de carrera.

Durante su paso por las aulas, entre sus compañeros de estudios se encontraban Ignacio Aldecoa ‒cuya obra estudiaría posteriormente‒ y Agustín García Calvo.



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