Retrato de Dimas Fernández-Galiano / Óleo sobre tela 73 x 54 cm / Colección Particular
Eres el otro yo de que habla el griego
y acechas desde siempre. En la tersura
del agua incierta o del cristal que dura
me buscas y es inútil estar ciego.
Al espejo, Jorge Luis Borges
Tras la expectación suscitada por el retrato del arqueólogo Dimas Fernández-Galiano, integrado en la colección del Museo Provincial de Guadalajara (Palacio Infantado), donde fue presentado al público durante el homenaje del pasado 22 de Marzo de 2019, con el que la institución recordó al que fue brillante director del centro, considerando la cálida acogida que se le dispensó a la obra, a petición de la familia Fernández-Galiano, abordo un segundo retrato del activo investigador, gran comunicador y celoso conservador.
Este nuevo cuadro, aun compartiendo algunas características con el perteneciente al Museo, busca voluntariamente una nueva perspectiva del retratado. Ya no me interesa tanto el personaje público, sino el ser humano que sus allegados y amigos recuerdan. Procuro despojarlo de los cargos y funciones que en el diario portaba sobre sus espaldas, de las obligaciones y responsabilidades, y me sumerjo en su faceta más jovial, la del hombre afable que sin duda sabía percibir el lado lúdico de la vida, el que prácticamente en todas las fotos aparece sonriendo.
Al prepararme para abordar esta nueva obra, vuelvo a las palabras de Martín Almagro Gorbea, Académico de la Real Academia de Historia, publicadas en la necrológica que vio la luz en El País, donde lo recordaba “con su sutil sonrisa que escondía un fino humor de dandi inglés”. A diferencia de mi primer retrato, sobre fondo oscuro, escojo por ello una gama más clara. No obstante, respeto en ambos cuadros la soltura y vigorosidad en los contornos, que trazan una personalidad fuerte en absoluto reñida con el buen talante y el temperamento cordial. El resultado en esta segunda obra es un retrato luminoso que sugiere inteligencia, franqueza y simpatía.
El fondo vivaz y el vestuario de factura suelta e inacabada, con la frescura y gracia que confieren los detalles trabajados en el grado justo, evitando la afectación y artificiosidad que sugiere una pintura relamida, me ayudan a lograrlo. Adentrándome en la psicología del personaje, lo retrato con una leve sonrisa apenas insinuada; con una mirada limpia e inteligente, inquisitiva, propia de un individuo vital y curioso, deseoso de conocimiento. Estos pequeños detalles, a menudo fugaces, jamás pueden pasar desapercibidos a un buen retratista, que ha de ser necesariamente un excelente observador de la naturaleza humana. Sólo así se logra capturar la esencia del modelo. Sólo así se consiguen ejecutar los retratos realmente excepcionales.
Alcanzar estas virtudes en dos obras diferentes centradas en el mismo personaje se convierte en un gran desafío que seguramente atrae a un pintor exigente, permitiéndole ahondar con matices diversos en la personalidad del retratado. A similares conclusiones debió de llegar en su día Goya tras pintar a sus dos majas, o Velázquez tras haber ejecutado sus diversos retratos de Felipe IV.
Diría que mis dos cuadros de Dimas Fernández-Galiano ponen de manifiesto hasta qué punto nunca dos retratos son iguales, ni siquiera si inmortalizan al mismo sujeto y están pintados por la misma mano. Cada uno tiene su propia vida, una que es eterna y nos acompaña para siempre.