"Retrato del escultor Enrique Pérez Comendador en un óleo sobre tela de 61 x 46 cm /
Pintor Alejandro Cabeza Colección Museo Provincial de Badajoz
–Está bien: quiero recuperar la inspiración –responde dispuesto a darle una lección de humildad, mientras frota la copa ya medio seca.
–Concedido. Pase usted por esa puerta, por favor. Detrás de la barra, en una salita contigua, encontrará lo que desea.
El escritor duda entre besarle la calva sin pudor o largarle un sopapo por tener la desfachatez de reírse de su desgracia en sus propias barbas. Porque él es un escéptico, una mente racional. Pero como es también un hombre desesperado, opta por creer; por realizar un acto de fe y avanzar a ciegas.
En la salita espera encontrar la Tierra Prometida: una musa vestida de peplo resplandeciente, al sublime Apolo tocando la lira o qué sabe él, que siempre ha gozado de una inspiración muy modesta porque en realidad es un escritor bastante mediocre. Y sin embargo, nada de todo eso, nada sobrenatural: sólo un grupo de individuos, tan desastrados como él, empeñados en aporrear sus portátiles o dejar secos sus bolígrafos; sudando la gota gorda y echando, literalmente, humo por las orejas.
Desilusionado, a sus espaldas el escritor escucha la voz del genio de pega que, con acento castizo hasta entonces bien disimulado, ofrece una lección gratuita al novato: “la inspiración no existe, pollo. Sólo existe el trabajo. El tema de hoy es “mi mejor deseo”. Ya puede ponerse al tajo, que los demás le llevan mucha ventaja. E intente ser original, hombre”.
Fragmento de Cosas necesarias, publicado en Proyecto Deseo, Ediciones Pastora - Un café con literatos: Madrid, 2012, p. 9-12.
–Concedido. Pase usted por esa puerta, por favor. Detrás de la barra, en una salita contigua, encontrará lo que desea.
El escritor duda entre besarle la calva sin pudor o largarle un sopapo por tener la desfachatez de reírse de su desgracia en sus propias barbas. Porque él es un escéptico, una mente racional. Pero como es también un hombre desesperado, opta por creer; por realizar un acto de fe y avanzar a ciegas.
En la salita espera encontrar la Tierra Prometida: una musa vestida de peplo resplandeciente, al sublime Apolo tocando la lira o qué sabe él, que siempre ha gozado de una inspiración muy modesta porque en realidad es un escritor bastante mediocre. Y sin embargo, nada de todo eso, nada sobrenatural: sólo un grupo de individuos, tan desastrados como él, empeñados en aporrear sus portátiles o dejar secos sus bolígrafos; sudando la gota gorda y echando, literalmente, humo por las orejas.
Desilusionado, a sus espaldas el escritor escucha la voz del genio de pega que, con acento castizo hasta entonces bien disimulado, ofrece una lección gratuita al novato: “la inspiración no existe, pollo. Sólo existe el trabajo. El tema de hoy es “mi mejor deseo”. Ya puede ponerse al tajo, que los demás le llevan mucha ventaja. E intente ser original, hombre”.
Fragmento de Cosas necesarias, publicado en Proyecto Deseo, Ediciones Pastora - Un café con literatos: Madrid, 2012, p. 9-12.