"Retrato con abanico" Óleo sobre tela 81 x 65 cm / Colección particular
La nieve cae sobre la fila de sombríos hábitos que son engullidos uno a uno por la boca insaciable ferozmente abierta. Cae sobre las ramas retorcidas de los robles, sobre las tumbas descuidadas, sobre las inscripciones acalladas por el musgo y los líquenes, sobre las cruces abatidas. Y él sabe que los monjes no son monjes y que la abadía en ruinas de la que apenas queda una ojiva hambrienta no es una abadía. Y sabe que en esas tumbas no yacen cuerpos, que los cuerpos siguen caminando lejos. Pero el poeta no puede apartar la vista de una en particular, una en apariencia idéntica a las demás y sin embargo tan diversa… A su alrededor no crecen zarzas y ortigas sino rosas. Tuvieron color un día, durante un breve tiempo, pero ahora nadie podría adivinarlo. Aunque intenta ocultar su rostro bajo la capucha, la fría piedra llama. Él abandona la fila interminable. Se acerca resignado a la lápida como siempre se acerca resignado a un amor que se niega a creer eterno. No ha pasado tanto tiempo, sin embargo apenas es visible ya la familiar fecha.
Sabe que las rosas nacen sujetas a un destino de muerte. Su fugaz belleza le turba. No logra disfrutar de ella mientras duran. No deja de pensar que han de marchitarse y ese pensamiento envenena el gozo del momento. Cuando las mira, aun lozanas, él sólo consigue ver pétalos resecos. Por eso las cultiva una y otra vez para ella sin demasiado entusiasmo. Y cada vez que sus pétalos comienzan a volverse plomizos y a caer pesadamente buscando una respuesta, no se sorprende. Se dice desde el primer día que de ellas habrán de quedar sólo las espinas. Los pétalos resecos yacerán alrededor de las flores desnudas, deshojadas, se acumularán en montones tristes. Y él, sin necesidad de contarlos, sabrá que, una vez más, por supuesto son pares…
(Fragmento de Volverá el aroma al guardián de las espinas, de Salomé Guadalupe Ingelmo. Obra ganadora del certamen XIII Premio Internacional Julio Cortázar de Relato Breve 2010 de la Universidad de La Laguna)
Sabe que las rosas nacen sujetas a un destino de muerte. Su fugaz belleza le turba. No logra disfrutar de ella mientras duran. No deja de pensar que han de marchitarse y ese pensamiento envenena el gozo del momento. Cuando las mira, aun lozanas, él sólo consigue ver pétalos resecos. Por eso las cultiva una y otra vez para ella sin demasiado entusiasmo. Y cada vez que sus pétalos comienzan a volverse plomizos y a caer pesadamente buscando una respuesta, no se sorprende. Se dice desde el primer día que de ellas habrán de quedar sólo las espinas. Los pétalos resecos yacerán alrededor de las flores desnudas, deshojadas, se acumularán en montones tristes. Y él, sin necesidad de contarlos, sabrá que, una vez más, por supuesto son pares…
(Fragmento de Volverá el aroma al guardián de las espinas, de Salomé Guadalupe Ingelmo. Obra ganadora del certamen XIII Premio Internacional Julio Cortázar de Relato Breve 2010 de la Universidad de La Laguna)