Decíamos de su obra en el libro Artistas Valencianos Contemporáneos que basta mirar algunos de sus cuadros para comprobar la exquisitez de su contenido, la plasmación de lo concebido, el dibujo cierto, el cromatismo ampuloso. Tiene, como Kandinsky, un treinta por ciento de profundidad y el resto magia. También goza de la elegancia de un Fortuny y cosecha soltura y luminosidad como inculcara nuestro maestro universal Sorolla. No evade lo prístino, sino que se adentra en el arte de siempre, el clásico, para aventurar en otros términos más actuales, tamizados éstos por la recia personalidad de su pincel.
Y vemos su nueva aventura pictórica... No deja de renovarse. En su exposición de la Galería Artis, de Valencia, vemos el dominio de sus verdes, aquellas tonalidades que Milagros Sánchez canta en su remembranza: arcos iris olvidados. Sueño inocente de una mi rada libre y despreocupada bañada por una ilusión. Un tesoro que entraña un desafío. Un descubrimiento frágil y precioso en el tiempo. Pasado, presente y futuro, todo es un único momento. Y de los verdes pasa a los blancos en un alarde de suavidades y de templanza. Siempre ligado a la inspiración, no deja transcurrir momentos colegidos, sino que manifiesta por esas pinceladas de su nuevo color, el blanco, la vena artística que borbotea de su interior. Mezcla blancos con blancos, amasa luminosidades entre ese albor, y por eso construye nuevos aspectos de paredes calcinadas, de casas superpuestas disputándose blancos límpidos y variados, aunque parezca imposible. Alabemos esas suavidades, aunque en ocasiones hay rabia de lucha por alcanzar nuevas tonalidades; enamorándonos de sus bellos rincones paisajísticos y recorramos el resto de lienzos de un Alejandro Cabeza renovador, pero que también insiste sobre las masas boscosas y los jardines rutilantes de verdor.
Lorenzo Berenguer