El asunto es bien sencillo: el retrato de un chico con camisa blanca entreabierta que nos observa sorprendido, capturado en un momento imprevisto. Movimiento y soltura en una ejecución fugaz, recreando hábilmente una representación que prescinde de excesivos detalles o insistencias, sin colorines o intenciones desnaturalizadas, sin distracciones superfluas: directa, pura a primer golpe de vista. Un retrato familiar, desenfadado, fruto de un sentimiento. En una atmósfera indefinida, pardos y tierras. La pintura nos ofrece juventud e inocencia; esa inquietud propia de la edad. Estos componentes resumen el retrato de Gabriel, ejecutado en un óleo sobre tela de 46 x 38 cm. Colección personal Alejandro Cabeza, 2017.