Retrato de Ana María Matute / Óleo sobre tela 116 x 89 cm / Pintor Alejandro Cabeza 2019.
Ana María Matute, que en la década de los sesenta había enseñado el español como lectora en diversas universidades norteamericanas, fue nombrada miembro de la Real Academia Española en 1998. Aunque en 2010 se le concedió el Cervantes, ya en 1976 había sido propuesta para el Nobel. Porque Matute fue, sin duda, una de las escritoras españolas de mayor prestigio internacional.
Como me sucede casi siempre con los autores contemporáneos, más aún cuando se trata de mujeres, no encuentro, al margen de alguna caricatura que seguramente no hace justicia al personaje, ninguna representación iconográfica publica. Y, como otras veces, me digo que esa falta ha de ser reparada.
Sin escatimar esfuerzos y tras realizar algún boceto previo, abordo un cuadro que en breve se revela de extrema complejidad. Pintar a una mujer de muy avanzada edad, cuyo deterioro físico resulta ya patente, puede llegar a implicar graves problemas pictóricos e incluso podría dar lugar a peculiaridades improcedentes en un retrato. Sin embargo, es justamente en esta etapa de su vida donde más mediática se hizo. Y ciertamente, el recuerdo entrañable que el público guarda de ella a esa edad sugiere que sería la opción más razonable para inmortalizarla.
Teniendo en cuenta todos estos factores, en mi retrato procuro buscar el equilibrio: intento llegar a un pacto entre la imagen que guardamos de ella en nuestro recuerdo y la vivacidad y lozanía de una madurez avanzada pero en absoluto decadente. Quiero que mi Ana María sea una ancianita entrañable, pero aún vigorosa y activa, de mirada vivaracha, como la de las niñas y niños que ella tanto amaba. Además, deseo regalarle en este retrato serenidad y sosiego a esta mujer en constante lucha con la vida. Sin privarla de su sensibilidad y ternura, quiero reflejar toda su fortaleza interior. La pinto, pues, en pleno periodo de creación literaria, vestida con un abrigo blanco, como una paloma que se dispone a alzar el vuelo. Sostiene un libro abierto entre las manos como invitación a la lectura y la reflexión. Seguramente esté pensando que, aunque la vida es compleja y a menudo nos macera a golpes, nunca hay que rendirse; que el trabajo, el sacrificio y la constancia han de acabar trayendo alegrías que compensen las decepciones.
Cuando reflexiono sobre el equilibrio artístico, a menudo, inevitablemente concluyo que impera el polo opuesto, porque es enorme el desequilibrio que encuentro en el arte e incluso en la propia vida. Pienso en todas las personas sin merito alguno que justifique los puestos que ocupan. Salvo, en el mejor de los casos, virtudes tan dudosas como la charlatanería o la falsedad. Personas de mal comportamiento que han sabido medrar gracias a las (falsas) apariencias y el postureo. A costa, naturalmente, de otras que, en cambio, a pesar de toda una vida llena de méritos, talento y sacrificio, han visto sus legítimas aspiraciones truncadas en favor de esos indeseables embaucadores, parásitos al fin y al cabo.
Creo que retratos como este, de alguna forma, vienen a equilibrar esa funesta balanza en la que los escritores y pintores honestos siempre tienen las de perder frente a impostores y farsantes. Por que hoy en día, lamentablemente, el mundo del arte es tierra abonada para estas especies carroñeras.
Como me sucede casi siempre con los autores contemporáneos, más aún cuando se trata de mujeres, no encuentro, al margen de alguna caricatura que seguramente no hace justicia al personaje, ninguna representación iconográfica publica. Y, como otras veces, me digo que esa falta ha de ser reparada.
Sin escatimar esfuerzos y tras realizar algún boceto previo, abordo un cuadro que en breve se revela de extrema complejidad. Pintar a una mujer de muy avanzada edad, cuyo deterioro físico resulta ya patente, puede llegar a implicar graves problemas pictóricos e incluso podría dar lugar a peculiaridades improcedentes en un retrato. Sin embargo, es justamente en esta etapa de su vida donde más mediática se hizo. Y ciertamente, el recuerdo entrañable que el público guarda de ella a esa edad sugiere que sería la opción más razonable para inmortalizarla.
Teniendo en cuenta todos estos factores, en mi retrato procuro buscar el equilibrio: intento llegar a un pacto entre la imagen que guardamos de ella en nuestro recuerdo y la vivacidad y lozanía de una madurez avanzada pero en absoluto decadente. Quiero que mi Ana María sea una ancianita entrañable, pero aún vigorosa y activa, de mirada vivaracha, como la de las niñas y niños que ella tanto amaba. Además, deseo regalarle en este retrato serenidad y sosiego a esta mujer en constante lucha con la vida. Sin privarla de su sensibilidad y ternura, quiero reflejar toda su fortaleza interior. La pinto, pues, en pleno periodo de creación literaria, vestida con un abrigo blanco, como una paloma que se dispone a alzar el vuelo. Sostiene un libro abierto entre las manos como invitación a la lectura y la reflexión. Seguramente esté pensando que, aunque la vida es compleja y a menudo nos macera a golpes, nunca hay que rendirse; que el trabajo, el sacrificio y la constancia han de acabar trayendo alegrías que compensen las decepciones.
Cuando reflexiono sobre el equilibrio artístico, a menudo, inevitablemente concluyo que impera el polo opuesto, porque es enorme el desequilibrio que encuentro en el arte e incluso en la propia vida. Pienso en todas las personas sin merito alguno que justifique los puestos que ocupan. Salvo, en el mejor de los casos, virtudes tan dudosas como la charlatanería o la falsedad. Personas de mal comportamiento que han sabido medrar gracias a las (falsas) apariencias y el postureo. A costa, naturalmente, de otras que, en cambio, a pesar de toda una vida llena de méritos, talento y sacrificio, han visto sus legítimas aspiraciones truncadas en favor de esos indeseables embaucadores, parásitos al fin y al cabo.
Creo que retratos como este, de alguna forma, vienen a equilibrar esa funesta balanza en la que los escritores y pintores honestos siempre tienen las de perder frente a impostores y farsantes. Por que hoy en día, lamentablemente, el mundo del arte es tierra abonada para estas especies carroñeras.