Colección de la Universidad de Vigo
Posiblemente, junto con Miguel de Unamuno, Pío Baroja y algún otro, Valle-Inclán es uno de los escritores españoles más retratados. Convendría aclarar que el que la iconografía de unos autores sea rica y la de otros considerablemente más pobre, que unos estén muy representados pictóricamente y otros no, no habría de justificar agravios comparativos, ni debe considerarse consecuencia directa de la calidad literaria de cada escritor. El origen de esta circunstancia ha de buscarse en las causas más diversas y en ocasiones incluso arbitrarias, por lo que parecería absurdo convertir ese hecho accidental en una referencia.
Ciertamente, Valle-Inclán posee una fisonomía muy pictórica, especialmente atractiva para cualquier retratista. Una serie de peculiaridades llaman poderosamente la atención: su larga barba, esas gafas redondas, su sombrero, su capa española… En el personaje se reúnen, en definitiva, varios rasgos si no únicos, desde luego sí muy personales e identificativos. Mi modesto retrato de Valle-Inclán, en un esbozo sencillo y directo de quien fue considerado uno de los autores más representativos de su periodo, refleja sólo una pequeña parte de su arrolladora personalidad.
Valle-Inclán fue representado en el pasado por diversos pintores. Sobre todo autores del norte, como el vasco Ignacio Zuloaga (Guipúzcoa, 1870-1945), que lo sienta ante uno de esos sugerentes fondos tan característicos en su producción, o el bilbaíno Juan Echevarria (Bilbao, 1875 - 1931), que, más ambicioso, le dedica diversos retratos, entre los cuales uno de cuerpo entero al aire libre. Muy representativa resulta también la obra del retratista vallisoletano Anselmo Miguel Nieto (Valladolid, 1881 - 1964), que pinta con gran entusiasmo varios cuadros, algunos de los cuales han pasado a convertirse en los más icónicos del escritor. Es abundante, además, la obra menor, que sin embargo a veces logra un gran acierto; son muchos los bocetos, dibujos, grabados, carteles o apuntes sobre su persona, entre los que cabe destacar las aportaciones de Leandro Oroz Lacalle (Bayona, 1883 - Madrid, 1933) o las de Pedro Oroz.
¡No son sus culpas las que necesitan perdón, son las mías! Todo el maíz que haya en la troje se repartirá entre vosotros. Es una restitución que os hago, ya que sois tan miserables que no sabéis recobrar lo que debía ser vuestro. Tenéis marcada el alma con el hierro de los esclavos, y sois mendigos porque debéis serlo. El día en que los pobres se juntasen para quemar las siembras, para envenenar las fuentes, sería el día de la gran justicia... Ese día llegará, y el sol, sol de incendio y de sangre, tendrá la faz de Dios. Las casas en llamas serán hornos mejores para vuestra hambre que hornos de pan. ¡Y las mujeres, y los niños, y los viejos y los enfermos, gritarán entre el fuego, y vosotros cantaréis y yo también, porque seré yo quien os guíe! Nacisteis pobres, y no podréis rebelaros nunca contra vuestro destino. La redención de los humildes hemos de hacerla los que nacimos con ímpetu de señores cuando se haga la luz en nuestras conciencias. ¡En la mía se hace esa luz de tempestad! Ahora, entre vosotros, me figuro que soy vuestro hermano y que debo ir por el mundo con la mano extendida, y como nací señor, me encuentro con más ánimo de bandolero que de mendigo. ¡Pobres miserables, almas resignadas, hijos de esclavos, los señores os salvaremos cuando nos hagamos cristianos! (Valle-Inclán, Romance de lobos)