"Autorretrato con seis años vestido de Fallero 1975" Óleo ssobre tela 41 x 33 cm / Colección Privada
El retrato puede llegar a ser un genero desolador, que quema, es el gran desafió del pintor, en un paisaje por ejemplo, si uno hace un árbol más bajito o más alto, no pasa nada, nadie va ha decir nada, no tiene importancia, pero en un rostro, si uno hace un ojo más alto que el otro, te van a fusilar, te van a machacar, por lo tanto el retrato exige más, se tiene que tener más nivel, más conocimiento más concepto, algunos dicen que es la gran prueba de fuego del pintor, en este genero la sutileza no se paga ni con oro y alcanza unos niveles muy altos.
Ambas familias coinciden en buena parte del recorrido por el museo. Cada vez que se encuentran en alguna sala, los adultos se limitan a saludarse inclinando la cabeza o esbozando una sonrisa. Pero ellos dos, menos interesados por el arte, a veces conversan sobre los superpoderes ostentados por su dibujo animado favorito. Otras veces se limitan a sentarse calladamente el uno junto al otro. Salen de su mutismo compartido sólo para revelarle al compañero la curiosa forma animal que se esconde tras esta o aquella mancha de color.
Él los observa de reojo, evitando interferir en sus íntimos diálogos y silencios. Evitando siquiera rozar esa magia apenas recién surgida, aún frágil, por temor a quebrar su frágil cuerpecito. Y su corazón llora de emoción y contenida alegría. Pero derrama lágrimas silenciosamente también por sí mismo, por todos esos años en los que estuvo perdido y nadie se preocupó de mostrarle el camino. Por el largo y estéril periplo en el que recorrió parajes sórdidos y habitó moradas frías, a veces totalmente solo y a veces en compañía de otros tan perdidos como él. Por todo ese tiempo malgastado que ya no podrá recobrar. Por esa imagen desfigurada del espejo que un día llegó a ver y que lucha aún por espantar cada mañana. Por sí mismo y por su perdida infancia. Ésa que apenas duró un suspiro y ya no podrá recuperar si no a través de su hijo.
(Fragmento de El ángel herido, en Salomé Guadalupe Ingelmo, La imperfección del círculo, Libros de las Gaviotas, Ediciones COMOARTES, Madrid/México D. F. 2012)