Retrato de Felipe VI en un óleo sobre tela de 130 x 97 cm / Pintor Alejandro Cabeza 2015
“La pintura es memoria humana y fruto”
–¿Qué clase de crítica desearía recibir respecto a su creación? ¿Considera que es la que usted en lo fundamental ejerce, en público o con usted a solas, al valorar la obra de otro? ¿Qué le gustaría expresar del público? ¿Qué le gustaría expresarle al público? ¿Y a los amantes de las bellas artes, algo en especial?Las críticas objetivas. Las que me enseñen y vengan del corazón. Ésas son muy útiles. También, las dialogadas, que dan nuevos frutos a lo largo del debate. Las que pueden ofrecer otros puntos de vista. Las que parten de una óptica clara y limpia. Las que se comprometen y hablan con propiedad. Las que son directas y emanan respeto e inteligencia. Ésas irradian esencia. Las que se lanzan con superioridad por encima del hombro, con saña, se desenmascaran enseguida y no me preocupan. Su cometido es irritar. Su único fin, hacer daño. Pero como dice el refrán, no ofende quien quiere sino quien puede. Hay que distinguir lo que son críticas válidas y fundamentadas de lo que no lo es. Y ello dependerá mucho de dónde provengan, de la formación de quien las ofrece. Uno ha de saber siempre quién es y dónde está. Mientras tenga eso claro, lo demás no me inquieta.
A los pintores mayores, de edad avanzada, a menudo se les denomina “maestro”. Es un hábito, un tópico, una expresión manida, un elogio o como nos guste llamarlo. Después se les suelen pedir unas palabras. Yo prefiero escribirlas hoy que se me ofrece la oportunidad, antes de convertirme en un “maestro”... Término que aborrezco, entre otras cosas, porque se concede demasiado a la ligera. Y yo respeto mucho a los que para mí lo han sido y lo siguen siendo. Cuando me llama maestro un profano en materia pictórica, lo puedo entender, y no le doy importancia. Evidentemente no podemos pretender que todo el mundo esté curtido en cada disciplina. Cuando me llama maestro alguien que me quiere comprar un cuadro, no me sienta bien: sospecho que me está regalando el oído para que se lo deje más barato. Todo depende de las circunstancias.
Las críticas forman parte de nuestro entorno, de las actitudes más cotidianas. Por nuestra propia salud mental hemos de aprender, por tanto, a aceptarlas. A ser posible, a saber sacar provecho de ellas.
La crítica que carece de tacto no es verdadera crítica. Nace más bien de la frustración o la envidia; se convierte en una suerte de venganza. Decía Pío Baroja: “La crítica se presta mucho a la malevolencia y a la envidia. Si a esto se une la vulgaridad, entonces es un desastre”. Suelo advertir ese género de intenciones desde lejos, de forma que rara vez tropiezo con la crítica que se plantea en dichos términos. O si tropiezo porque no logro esquivarla, al menos no caigo. Hay personas que basta mirar a los ojos para advertir sus intenciones, sus mezquinas necesidades. Uno no habría de dejarse arrastrar a su juego: uno no habría de caer jamás en la respuesta cargada de vanidad, intolerancia, arrogancia o soberbia. Y menos aún, de impertinencia. Jamás perder las formas. Si uno cae en la trampa de este tipo de individuos, si responde a su provocación… Pues entonces es uno mismo el que se equivoca y merece cargar con las consecuencias de su mal juicio. Yo predico más bien el autocontrol, la respuesta zen ante la burda incitación o incluso ante el manifiesto hostigamiento. Creo que cada uno, su forma de actuar y de expresarse, de dirigirse a los demás o hablar de ellos, acaba retratándose a sí mismo.
Entrevista completa 3ª parte
Colección Contemporáneos del Mundo 29, Serie Indagación sobre la memoria y el juicio, Madrid/México D. F., 2013.)