"Salomé Guadalupe Ingelmo por Alejandro Cabeza"
Extractos de la entrevista de reciente publicación, La narrativa es introspección y revelación: entrevista a Salomé Guadalupe Ingelmo, recogida en la colección de indagación sobre la narrativa Contemporáneos del Mundo.
–Si tuviera que formular un reclamo para argumentar la necesidad de la narrativa en la vida humana, de la literatura que asume como género el cuento o la novela, ¿qué sería lo esencial que expresaría?
La narrativa nos permite reorganizar el mundo, darle un sentido a nuestra presencia en él. Nos ayuda a descifrarnos y comprendernos, a enfrentarnos a nosotros mismos y perder el miedo; a ser más libres. Nos concede más elementos de juicio y más argumentos. Y por ello nos hace también más indulgentes y tolerantes: nos ayuda a preocuparnos por entender a los demás. Nos permite descubrir otras vidas y vivirlas cuanto menos en nuestra imaginación. A veces, con un poco de suerte, incluso nos ofrece ejemplo y alternativas para cambiar realmente la nuestra. La narrativa nos recuerda que no estamos solos. Por eso, en una sociedad cada día más incomunicada, resulta esencial para conservar nuestra humanidad, para no acabar de olvidar que somos seres gregarios. La narrativa apacigua esa soledad que a menudo nos corroe.
Estoy dispuesta a aceptar que mi pasado me ha marcado y por tanto ha dejado su huella también en mi obra. El pasado nos marca, es inevitable. Puede que incluso se revele positivo. Luchar contra ello no sirve de nada. Y mucho menos, intentar negarlo. Lo que hay que evitar a toda costa es que el pasado nos condicione, y mucho menos que nos determine. Que nos aboque a un final ya escrito por otra mano. Como decía Omar Shariff en Lawrence de Arabia, “para ciertos hombres, nada está escrito si ellos no lo escriben”. Yo creo que hemos de procurar pertenecer siempre a esa especie.
La narrativa nos ayuda a no olvidar, a recordar o a descubrir quienes somos: la narrativa nos ayuda a forjar y defender nuestra identidad. Es necesario dejar testimonio.
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Con su multitud de personajes y situaciones, con las variadas ópticas adoptadas por cada autor, la narrativa debería servir para desarrollar la tolerancia y la autocrítica del lector, para hacer que sus verdades dejen de ser indiscutibles, para ampliar sus miras y derribar las orejeras, para eclipsar los propios ombligos: para descubrir que, en efecto, “existen otros mundos pero están en éste”. Y que todos ellos –salvo deshonrosas y aciagas excepciones– son perfectamente respetables. Decía Unamuno que sólo los autores que se interesan por la humanidad interesan a la humanidad. Me parece acertado y además, justo.
Una obra literaria debería hacer crecer al lector, enriquecerlo y mejorarlo como persona. Decía Oscar Wilde por boca de su Lord Henry, de El retrato de Dorian Gray, que “la finalidad de la vida es el propio desarrollo”. No se trata de moralizar ni mucho menos de adoctrinar, sino precisamente de lo contrario: dotar de instrumentos al lector para que sea cada vez más libre y consciente de las responsabilidades que esa libertad implica. […] (en respuesta a la pregunta “Si tuviera que indicar siete puntos indispensables a los que debe responder como arte literario una obra narrativa, ¿cuáles señalaría? ¿Señalaría unos para el cuento y otros para la novela?”)