"Salomé Guadalupe Ingelmo / Escritora española" Óleo 73 x 60 cm / Pintor Alejandro Cabeza 2013
Bajo la luz cenital, el rostro cobra vida, se viste de tonos sanguíneos. La penumbra del atuendo subraya su presencia. Pareciera emerger de las sombras para envolverse en virtud, en excelencia. Un retrato que se despliega con vastas posibilidades. Su gracia principal radica en una libertad extraordinaria. Espontáneo, preciso, desprovisto de ornamentos grandiosos. Con el perfil del rostro y la mirada aguda, busco apresar la esencia de la escritora. Hay momentos en los que todo se alinea a nuestro favor: la mujer, la postura, la composición, nuestro propio estado de ánimo... Son instancias que debemos perseguir y saber atrapar. Pues son esquivas y efímeras. Inesperadas e imperativas: a ellas debemos prestar atención por encima de todo, antes de que la magia se desvanezca.
Hablar de Salomé Guadalupe Ingelmo no es tarea sencilla. Como no lo es hablar de las personas con un talento especial, aquellas en las que se materializa el prodigio. Su intensa dedicación a la literatura hace brillar doblemente su faceta artística, en su caso, totalmente inseparable de la persona. En ella autor y ser humano se funden indisolublemente, y es precisamente esa rara cualidad la que reviste de un encanto misterioso sus obras.
Nos encontramos ante una escritora perspicaz e intuitiva, receptiva ante el mundo que la rodea y comprometida con el mismo. Nos encontramos ante una autora que se implica y se vierte –por principio, por convicción de cuanto ha de ser lo literario– en el texto, también, cuando aborda argumentos más íntimos y desnuda sus experiencias personales. Poniendo al descubierto, incluso, su herida más profunda. Sin rastro de exhibicionismo o efectismo, simplemente con sencillez y honestidad: con el único fin de hacer la literatura más vívida y ponerla al servicio del público; de compartir sus experiencias con el lector y de empatizar con éste, siempre especialmente con el que por sus circunstancias más sufre y más apoyo necesita. Por eso su obra logra ese clima de intimidad inusual, esa conexión sobrecogedora con el lector, que fácilmente se identifica con el texto. Sus obras emocionan sencillamente porque la emoción que ella vierte en las mismas es real: no hay trampa ni cartón.
En Salomé se materializa la afirmación de Pio Baroja “Cada hombre se representa el mundo y la forma en que interviene en su representación”. Porque ella, que considera la palabra una poderosa arma, desde y con su obra, interviene siempre. Interviene creando literatura de calidad: literatura seria y profunda que nos insta a nutrir inquietudes, a reflexionar para crecer y ser más libres.
El microrrelato, el relato, la novela, el ensayo, la dramaturgia y la poesía cobran cuerpo en esta magnifica y polifacética escritora llena de recursos y artífice de un universo totalmente personal y fascinante. Salomé, partiendo de lo racional y cotidiano, incluso de lo vulgar y sórdido, nos restituye la magia. Y con ella, las alas perdidas: nos aligera el peso diario, nos devuelve al aire, nos catapulta hacia el cielo en busca de las expectativas que todos merecemos y que deberíamos poder alcanzar.
Sus obras, que nunca pretender responder a cánones impuestos ni conquistar con artimañas el favor del público, se caracterizan por estar trufadas de conflictos e incógnitas. A veces, incluso de sufrimiento. Sin embargo su visión se revela optimista, porque cree en el poder del deseo y la voluntad; en la capacidad el ser humano de reconducir su vida. La originalidad de su concepción creadora hace que de sus dedos broten textos directos y entregados, que nos invitan a ser leídos uno tras otro. Y ello porque, mientras leemos, sentimos que se nos empujan a ser mejores, más tolerantes; a buscar una perspectiva de justicia y humanidad muchas veces olvida.
El escritor ha de arriesgarse. Para hallar hay que buscar. Hay que ponerse permanentemente en discusión: destruirse para volverse a construir. La literatura no puede limitarse exclusivamente a las formas, por bellas que sean éstas. Ha de tener un mensaje que necesite comunicar, un mensaje que el autor sienta como realmente suyo. Sólo entonces en el interior de la obra brillará esa llama sagrada que la convertirá en algo totalmente original, especial y mágico. Si no hay sinceridad no puede haber verdadera emoción ni comunión de sentimientos con el público lector. La obra de Salomé, siempre en el polo opuesto a la mera retórica, nos enseña esto y más, nos brinda la experiencia de la literatura más útil y generosa. Como ella misma reconoce, “La pintura y la naturaleza dejan una profunda huella en sus obras, tanto en prosa como en poesía. Desconfía de las clasificaciones y huye de las categorías, pero si le pudiese satisfacer alguna, se definiría como una autora honesta y comprometida. Siempre, ante todo, como un ser humano.”