"La mirada sucia del ego"
El eco de las risas huecas y los brindis vacíos aún resonaba en mi memoria, una melodía discordante de aquellos años perdidos en el círculo social en decadencia. Un espejismo de lo que alguna vez fue, un hervidero de almas ávidas de reconocimiento, pero carentes de sustancia.
Mi juventud, sedienta de arte y camaradería, me impulsó a sumergirme en aquel ambiente, esperando encontrar un refugio para la creatividad y el intelecto. Pero la realidad me golpeó con la fuerza de un lienzo en blanco: aquel no era un lugar de encuentro, sino un escenario para el ego y la falsedad.
Las mentiras eran el pan de cada día, tejidas con hilos de vanidad y miedo. Los "pintores de oídas", como yo los llamaba, se apropiaban de ideas ajenas, presumiendo de un conocimiento que no poseían. Sus exposiciones, un triste reflejo de su impostura, revelaban la incongruencia entre sus palabras y sus obras.
Los charlatanes, maestros del engaño, tejían historias de encuentros ficticios con grandes artistas, muertos hacía tiempo, para evitar ser desenmascarados. Sus trabajos, huérfanos de talento, desmentían cualquier vínculo con la genialidad.
La hipocresía reinaba en aquel lugar, donde se pregonaba la apertura a los jóvenes, pero se les recibía con recelo y envidia. Los hombres jóvenes, especialmente, eran vistos como una amenaza, capaces de eclipsar la mediocridad reinante. Las mujeres, en cambio, eran recibidas con una falsa cortesía, meros adornos para alimentar el ego masculino.
Las mujeres que buscaban en aquel lugar un espacio de expresión y conexión, terminaban contaminadas por la amargura y la falsedad, víctimas de la misma pandilla de palurdos que infestaba el ambiente.
Incluso las almas genuinas, aquellas que buscaban un verdadero intercambio cultural, eran arrastradas al fango por borrachos y provocadores, seres resentidos que encontraban placer en la destrucción.
Hoy, con la distancia que da el tiempo, veo aquel lugar con la nitidez de un cuadro recién pintado: un retrato de la miseria humana, de la envidia y la mediocridad. Un recordatorio de que el tiempo es un tesoro demasiado valioso para desperdiciarlo en compañía de aquellos que solo saben alardear de sus propias carencias.