El caradura está presente en todas partes y en todos los círculos sociales. Detrás de cualquier persona, siempre hay un gran caradura. No entiende de conciencia ni de remordimientos; es oportunista por naturaleza. Aprovecha cada momento, cada instante, y no cede ante nada.
El caradura es ignorante en su interior y obsesivo con su meta: insistente, reiterativo. Jamás se sacrificará por sí mismo ni por nadie, ni hoy ni mañana, pero intentará sacrificar a los demás en todo momento. No ofrece, pero siempre pide. Es rencoroso. No escucha, pero exige ser escuchado.
En los momentos de mayor desesperación, muestra su doble cara. Rechaza a los de su misma condición, como los polos de un imán que se repelen. Vive en su propio mundo, pero merodea en el de los demás. Engañará a su pareja y a sus hijos. Cuando se le necesita, no está: es esquivo, evasivo.
Es un mentiroso compulsivo, cínico y vanidoso, siempre movido por sus propios intereses. No duerme tranquilo, nunca puede conciliar el sueño. No come ni deja comer. Envidioso por naturaleza, codicia lo ajeno sin medida.
Insaciable, provocador e instigador, distorsiona la verdad para acomodarla a su conveniencia. Es un hipócrita cuando le conviene. Y, en el fondo, no es más que un pobre hombre con la cara demasiado dura.