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Miguel de Cervantes

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Retrato de Miguel de Cervantes / Óleo sobre tela 116 x 89 cm /  Colección
 Museo Nacional del Teatro de Almagro / Pintor Alejandro Cabeza 2019

Miguel de Cervantes Salavedra fallecía en 1616 convirtiéndose así en uno de los mayores exponentes literarios del siglo de oro de las letras españolas. En 2017, La Real Academia de la Lengua, manifiesta, que el simbólico retrato de Miguel de Cervantes realizado por Juan de Jáuregui que encabeza el propio salón de actos de la academia, y el ejemplo que representaba su rostro durante siglos no lo realizo Jáuregui, si no de un pintor del siglo XIX. Lo cual nos vuelve a un estado primigenio de la realidad misteriosa de la vida del escritor.

Uno de los autores más capacitados con claros ejemplos de retratos a escritores del siglo de oro fue Velázquez. Siempre me he preguntado como en la producción Velazqueña nunca hubo un acercamiento hacia Cervantes como los tuvo sobre las figuras de Luis de Góngora o Francisco de Quevedo. Sospecho que en 1616 Velázquez tenía en torno a 17 años y nos encontrábamos ante un artista prematuro, que solo empezaba a pintar, circunstancia que de esta manera alejaba esa posibilidad de haberle hecho un retrato al escritor.

Tras estos últimos años llenos de investigaciones sobre sus restos y homenajes hacia su figura y Tras esta declaración de la Real Academia de la Lengua, lo único que parecía cierto y se acercaba a su rostro de una manera única, se torna un tanto oscuro y apartado de la realidad. Motivo por lo el cual obtengo una nueva dosis creativa y emprendedora de querer intentar realizar una nueva versión. Versión que a mi juicio encuentro al más alto nivel de todos los que he realizado hasta el momento.  

Tenía claro y quería un retrato narrativo, que contara algo… que nos invitase a pensar… y a conocer… que nos pudiera hablar de alguna manera. La pintura nos puede ofrecer estos mecanismos si se saben realizar con sutileza. Pinto, pues, a un Cervantes anciano, de pelo canoso, nariz aguileña, y mirada penetrante, como el mismo se retrataría en sus novelas ejemplares. Se me antoja un Cervantes con sombrero, como el de los antiguos soldados de su época, al fin y al cabo también lo fue. Y sobre todo, un Miguel de Cervantes narrador de historias, que nos quiere enseñar algo escrito sobre un papel. Con el dedo de su mano nos señala un manuscrito y el comienzo de algo. Mano difusa, indefinida, más bien parece un muñón, mano que no es otra mas que la mía dramatizando su gesto. Un Cervantes de negro, profundo de misterio y justicia pictórica. Un Cervantes que nos muestra su rostro con recelo de lo que la propia historia y el tiempo han hecho de el.

Puedo decir, acerca de mis retratos realizados sobre el escritor, todos tienen algo el uno del otro, recreando de esta manera mi imaginativo personal. Que de igual modo que el imaginativo colectivo, si realizase otro, este último tendría parte del precedente, y así sucesivamente. En la creatividad todo se hereda en cierta forma. De esta manera encuentro una proximidad a la realidad o la verdad, según se mire. Defino este retrato como el mejor que he realizado de su figura y con el cierro este pequeño ciclo.

El retrato se suma a los fondos del Museo Nacional del Teatro de Almagro donde será expuesto en una de sus salas. Retrato que es acogido con gran entusiasmo y fascinación, por el personaje que es y la calidad pictórica que rebosa él lienzo.

Vicente Aleixandre

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Retrato de Vicente Aleixandre en un óleo sobre tela de 46 x 33 cm. Pintor Alejandro Cabeza

Es el boceto preliminar de 2016 para realizar un retrato más importante. En este apunte obtengo una perspectiva adecuada en cuanto a posición y luz con la sombra, aunque esto siempre esta sujeto a variables de composición y fondo cuando entra en juego un retrato con mas contenido. Vicente Aleixandre igual que sucede con Azorín encarna un símil de aquellos personajes del Siglo de Oro. Rostros estirados y huesudos que miran al pasado de una forma actualizada, intensiva, para recordamos que somo hijos del mismo lenguaje, del mismo territorio, invadidos `por un misterio siempre envuelto de pensamiento e ímpetu.

Analizando el material obtenido, que normalmente es escaso en la actualidad, según crece internet aparecen nuevas ideas que se pueden ajustar a los proyectos, pero esto hace que algunas obras se aparquen por un tiempo y varíen la idea inicial en favor de otros resultados mas adecuados. 

Con el retrato de Vicente Aleixandre sumo a un personaje emblemático y de gran trasfondo en la literatura Española, un poeta por excelencia, de esa generación del 27 tan desperdigada y a veces olvidada del siglo XX. 

Ana María Matute

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Retrato de Ana María Matute / Óleo sobre tela 116 x 89 cm / Pintor Alejandro Cabeza 2019.

Ana María Matute, que en la década de los sesenta había enseñado el español como lectora en diversas universidades norteamericanas, fue nombrada miembro de la Real Academia Española en 1998. Aunque en 2010 se le concedió el Cervantes, ya en 1976 había sido propuesta para el Nobel. Porque Matute fue, sin duda, una de las escritoras españolas de mayor prestigio internacional.

Como me sucede casi siempre con los autores contemporáneos, más aún cuando se trata de mujeres, no encuentro, al margen de alguna caricatura que seguramente no hace justicia al personaje, ninguna representación iconográfica publica. Y, como otras veces, me digo que esa falta ha de ser reparada.

Sin escatimar esfuerzos y tras realizar algún boceto previo, abordo un cuadro que en breve se revela de extrema complejidad. Pintar a una mujer de muy avanzada edad, cuyo deterioro físico resulta ya patente, puede llegar a implicar graves problemas pictóricos e incluso podría dar lugar a peculiaridades improcedentes en un retrato. Sin embargo, es justamente en esta etapa de su vida donde más mediática se hizo. Y ciertamente, el recuerdo entrañable que el público guarda de ella a esa edad sugiere que sería la opción más razonable para inmortalizarla.

Teniendo en cuenta todos estos factores, en mi retrato procuro buscar el equilibrio: intento llegar a un pacto entre la imagen que guardamos de ella en nuestro recuerdo y la vivacidad y lozanía de una madurez avanzada pero en absoluto decadente. Quiero que mi Ana María sea una ancianita entrañable, pero aún vigorosa y activa, de mirada vivaracha, como la de las niñas y niños que ella tanto amaba. Además, deseo regalarle en este retrato serenidad y sosiego a esta mujer en constante lucha con la vida. Sin privarla de su sensibilidad y ternura, quiero reflejar toda su fortaleza interior. La pinto, pues, en pleno periodo de creación literaria, vestida con un abrigo blanco, como una paloma que se dispone a alzar el vuelo. Sostiene un libro abierto entre las manos como invitación a la lectura y la reflexión. Seguramente esté pensando que, aunque la vida es compleja y a menudo nos macera a golpes, nunca hay que rendirse; que el trabajo, el sacrificio y la constancia han de acabar trayendo alegrías que compensen las decepciones.

Cuando reflexiono sobre el equilibrio artístico, a menudo, inevitablemente concluyo que impera el polo opuesto, porque es enorme el desequilibrio que encuentro en el arte e incluso en la propia vida. Pienso en todas las personas sin merito alguno que justifique los puestos que ocupan. Salvo, en el mejor de los casos, virtudes tan dudosas como la charlatanería o la falsedad. Personas de mal comportamiento que han sabido medrar gracias a las (falsas) apariencias y el postureo. A costa, naturalmente, de otras que, en cambio, a pesar de toda una vida llena de méritos, talento y sacrificio, han visto sus legítimas aspiraciones truncadas en favor de esos indeseables embaucadores, parásitos al fin y al cabo.

Creo que retratos como este, de alguna forma, vienen a equilibrar esa funesta balanza en la que los escritores y pintores honestos siempre tienen las de perder frente a impostores y farsantes. Por que hoy en día, lamentablemente, el mundo del arte es tierra abonada para estas especies carroñeras.


Valle-Inclán

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Retrato de Ramón María del Valle-Inclán / Óleo sobre tela 55 x 46 cm / Alejandro Cabeza 2017
Colección de la Universidad de Vigo

Posiblemente, junto con Miguel de Unamuno, Pío Baroja y algún otro, Valle-Inclán es uno de los escritores españoles más retratados. Convendría aclarar que el que la iconografía de unos autores sea rica y la de otros considerablemente más pobre, que unos estén muy representados pictóricamente y otros no, no habría de justificar agravios comparativos, ni debe considerarse consecuencia directa de la calidad literaria de cada escritor. El origen de esta circunstancia ha de buscarse en las causas más diversas y en ocasiones incluso arbitrarias, por lo que parecería absurdo convertir ese hecho accidental en una referencia.

Ciertamente, Valle-Inclán posee una fisonomía muy pictórica, especialmente atractiva para cualquier retratista. Una serie de peculiaridades llaman poderosamente la atención: su larga barba, esas gafas redondas, su sombrero, su capa española… En el personaje se reúnen, en definitiva, varios rasgos si no únicos, desde luego sí muy personales e identificativos. Mi modesto retrato de Valle-Inclán, en un esbozo sencillo y directo de quien fue considerado uno de los autores más representativos de su periodo, refleja sólo una pequeña parte de su arrolladora personalidad.

Valle-Inclán fue representado en el pasado por diversos pintores. Sobre todo autores del norte, como el vasco Ignacio Zuloaga (Guipúzcoa, 1870-1945), que lo sienta ante uno de esos sugerentes fondos tan característicos en su producción, o el bilbaíno Juan Echevarria (Bilbao, 1875 - 1931), que, más ambicioso, le dedica diversos retratos, entre los cuales uno de cuerpo entero al aire libre. Muy representativa resulta también la obra del retratista vallisoletano Anselmo Miguel Nieto (Valladolid, 1881 - 1964), que pinta con gran entusiasmo varios cuadros, algunos de los cuales han pasado a convertirse en los más icónicos del escritor. Es abundante, además, la obra menor, que sin embargo a veces logra un gran acierto; son muchos los bocetos, dibujos, grabados, carteles o apuntes sobre su persona, entre los que cabe destacar las aportaciones de Leandro Oroz Lacalle (Bayona, 1883 - Madrid, 1933) o las de Pedro Oroz.

¡No son sus culpas las que necesitan perdón, son las mías! Todo el maíz que haya en la troje se repartirá entre vosotros. Es una restitución que os hago, ya que sois tan miserables que no sabéis recobrar lo que debía ser vuestro. Tenéis marcada el alma con el hierro de los esclavos, y sois mendigos porque debéis serlo. El día en que los pobres se juntasen para quemar las siembras, para envenenar las fuentes, sería el día de la gran justicia... Ese día llegará, y el sol, sol de incendio y de sangre, tendrá la faz de Dios. Las casas en llamas serán hornos mejores para vuestra hambre que hornos de pan. ¡Y las mujeres, y los niños, y los viejos y los enfermos, gritarán entre el fuego, y vosotros cantaréis y yo también, porque seré yo quien os guíe! Nacisteis pobres, y no podréis rebelaros nunca contra vuestro destino. La redención de los humildes hemos de hacerla los que nacimos con ímpetu de señores cuando se haga la luz en nuestras conciencias. ¡En la mía se hace esa luz de tempestad! Ahora, entre vosotros, me figuro que soy vuestro hermano y que debo ir por el mundo con la mano extendida, y como nací señor, me encuentro con más ánimo de bandolero que de mendigo. ¡Pobres miserables, almas resignadas, hijos de esclavos, los señores os salvaremos cuando nos hagamos cristianos! (Valle-Inclán, Romance de lobos)

Federico García Lorca

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Retrato de Federico García Lorca / Óleo sobre tela de 41 x 33 cm /  Pintor Alejandro Cabeza
Colección particular 2015

Federico García Lorca, uno de los más ilustres poetas de nuestra era, vio la luz en Fuente Vaqueros, un pintoresco pueblo andaluz en la fértil vega granadina, el 5 de junio de 1898, el mismo año en que España perdió sus colonias. Su madre, Vicenta Lorca Romero, ejerció como maestra por un tiempo, mientras que su padre, Federico García Rodríguez, era propietario de tierras en la vega, dedicadas al cultivo de remolacha y tabaco. En 1909, cuando Federico contaba con once años, toda la familia -sus padres, su hermano Francisco, él mismo y sus hermanas Conchita e Isabel- se trasladó a la ciudad de Granada, aunque él continuaría pasando los veranos en el campo, en Asquerosa (hoy en día, Valderrubio), donde gran parte de su obra fue concebida.

Incluso después de haber recorrido numerosos lugares y haber residido durante largos períodos en Madrid, Federico siempre recordaría cómo la atmósfera rural de la vega influía en su creación literaria: "Amo la tierra. Me siento unido a ella en cada una de mis emociones. Mis primeros recuerdos de infancia están impregnados del aroma de la tierra. Los seres vivos de la tierra, los animales, la gente del campo, poseen unas cualidades que solo unos pocos pueden apreciar. Yo las percibo ahora con la misma sensibilidad que en mi infancia. De otro modo, no habría podido escribir Bodas de sangre".

En sus poemas y dramas, García Lorca se revela como un perspicaz observador del lenguaje, la música y las costumbres de la sociedad rural española. Una de las características más destacadas de su obra es cómo este entorno, descrito con precisión, se convierte en un espacio imaginario donde se abordan las inquietudes más profundas del corazón humano: el deseo, el amor y la muerte, el misterio de la identidad y el prodigio de la creación artística.

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