Pio Baroja
–¿Cuál es su personal definición de la pintura como arte? Su definición en general. Y, en su caso, ¿del “retrato” y del “paisaje”?
Cuenta Plinio que un artista de talento llamado Pyreicus se hizo célebre pintando cosas humildes: confiterías, zapaterías e interiores de cocina. La gente, indignada de que así se profanara la nobleza del arte, dio al pintor el mote despectivo de «rhyparógrafo» (pintor de motivos bajos). Entre esta gente enemiga de la pintura humilde abundaban sin duda tipos de carácter d'annunziano del tipo, que para alguno de nosotros es distintivo de un carácter próximo a la cursilería.
Los pintores del Norte, y sobre todo los flamencos, parecen casi todos «rhyparógrafos» y pintaron con delectación cocinas, zapaterías, ventas, posadas y tabernas, con sus tipos habituales. Yo también me siento «rhyparógrafo», porque me parece mucho más típica como materia literaria la vida del pobre que la vida del rico. La riqueza es deseable para el que no disfruta de ella; pero como motivo artístico es tan vulgar o más que la pobreza.
Considero el retrato uno de los géneros principales en la pintura. ¿Qué actividad puede revelarse más noble que el estudio del ser humano, de nuestros semejantes? Creo sinceramente que tras su práctica se esconde un mecanismo psicológico: la búsqueda de muchas de las preguntas sin respuesta. La complejidad del ser humano es tan grande que, por esa misma razón, resulta merecedora de un profundo análisis. El acercamiento a lo humano puede hacernos mejores y más nobles. En nuestra imperfección, alimentamos la obsesión de encontrar alguna perfección. Y eso es lo que consigue el arte. Cada retrato refleja una parte de vida que el artista ha de extraer del modelo. Y el pintor ha de saber advertirla, captarla y plasmarla. Por eso, lo que la gente vea en mis retratos, eso serán. Y muchos ven cosas en ellos. Mensajes que aspiro a trasmitir. Esto demuestra que, en efecto, esos retratos están justificados y realmente sirven.
El paisaje, por el contrario, podría considerarse la otra cara de una misma moneda. Ambas, indisolublemente unidas: no existe creación sin destrucción. El arte no puede prescindir de ellas, de ninguna de las dos: ni de lo humano ni de lo natural. Como animales que somos, la naturaleza está dentro de nosotros, en nuestro instinto. Si el ser humano encuentra toda su trascendencia en la pintura, la madre tierra se convierte en el escenario perfecto de su grandiosidad.
(Ediciones COMOARTES, Colección Contemporáneos del Mundo 29, Serie Indagación sobre la memoria y el juicio, Madrid/México D. F., 2013.) “La pintura es memoria humana y fruto”
Caballero con sombrero
Autorretrato con sombrero en un óleo sobre tela de 46 x 38 cm / Pintor Alejandro Cabeza 2019
En cierta
ocasión, un “medio-pintor” me preguntaba, qué porque me pintaba autorretratos puesto
que es un género de poca utilidad para la venta. Mi contestación fue
contundente: porque es bueno, es interesante, porque me gusta y puede resultar
revelador. Es un género que siempre se ha practicado a lo largo de la historia.
Es gratuito, altruista con uno mismo, liberador y despreocupado. Educa y
muestra verte como lo hacen los demás, -si una persona pudiese hablar con otro
yo igual, se mostraría tan extraño y enriquecedor a la vez-. El que lo practica,
encuentra otro concepto muy distinto del arte para alcanzar otras perspectivas
de la pintura. Porque está impregnado de un sentimiento personal, a veces
desgarrador. Porque el oficio irremediablemente te lleva a ello. Porque cada
pintor tiene cosas dentro de una mirada pudiéndolas sacar a través de un reflejo.
Porque puede ser un punto de partida. Son mi huella, mi reverberación. Porque
quizás te enseña a valorarte. Y, sobre todo, porque el autorretrato tiene algo
de libertad que hace a los pintores más viscerales con sus obras, eso vale
mucho en pintura. Y esto tiene su propia paradoja, “con lo que menos vas a
ganar es con lo que más vas a ganar”.
Me he pasado
media vida viendo cuadros, de unos y de otros, aquí y allá. He visto trabajos
descuidados, desprovistos de mensaje, pintados con aparente indiferencia,
grandes proyectos frustrados, cosas absurdas y, a veces, desagradables… Y todos
ellos tenían un elemento en común: todos esos cuadros, casualmente, estaban
rodeados por espectadores que los aclamaban como si de grandes obras de arte se
tratase. Y todo para que luego muchos de esos autores abandonasen la pintura y
se dedicasen a otros menesteres. Descorazonador. Aunque por otro lado los
buenos pintores quizá salgan beneficiados de esta circunstancia: cuanto más
grises se muestren algunos autores, más brillarán, indirectamente, los
verdaderos maestros.
La formación de
un pintor es producto de la experiencia y la trayectoria personal; pero
también, y mucho, de las lecturas sobre arte que se hayan realizado y de cuánta
pintura se haya visto. Muchas de las cosas que he aprendido en mi carrera como
pintor, las he aprendido en los libros. Sobre todo, porque quienes escribieron
esos libros pasaron antes que nosotros por nuestras mismas vicisitudes u otras
muy similares. Aunque a veces la interpretación de esos textos se vuelve muy
compleja. Los libros de color, por ejemplo, resultan difíciles, física pura.
Casi parece como si se hablara en otro idioma.
La escuela
también se revela fundamental en la formación de un buen pintor. Yo tuve la
suerte de contar con excelentes profesores, e intenté aprovechar sus
enseñanzas. No existe libertad sin formación previa.
Entrevista “La pintura es memoria humana y fruto”
Suscribirse a:
Entradas (Atom)